O reflexiones sobre los revolucionarios
progresistas como amantes del metaconstitucionalismo.
@JorgeMGalvan
Hoy como hace tres años los revolucionarios
progresistas no hacen más que demostrar su fervor hacia los poderes
metaconstitucionales del sistema presidencialista mexicano del siglo pasado al
exigir la renuncia del Presidente de la República. Esta exigencia recurrente,
hoy como hace tres años y durante la campaña presidencial, no hace sino
demostrar que hacen falta ideas alejadas de la hipócrita indignación de
coyuntura ante la atrocidad y la barbarie.
La renuncia de un Presidente de la
República, las detenciones espectaculares de presuntos criminales o la captura
de un presidente municipal enfermo de poder distan de resolver el terrible,
grave problema de inseguridad y violencia que se vive en amplias zonas del
país.
Creer que un Presidente de la República
es capaz de reorientar la política de seguridad a contentillo, por sí sólo y
sin la transformación efectiva de las instituciones hacendarias y de seguridad,
además de ser una lectura astigmática y paternalista de nuestro sistema
político, dista de representar el tipo de ideas que necesita nuestro país. Cabe
gritarlo, compartirlo en redes sociales e inclusive pintarlo en las calles,
creérselo es lo que impide la formulación de una idea o una propuesta que nos
saque de este problema. Una posición de este tipo tiende a partidizar el
problema y nos lleva a pedir la renuncia de funcionarios a conveniencia de las
preferencias políticas de quienes la exigen.
En su convenenciera ceguera, los
revolucionarios progresistas inclusive se han mostrado incapaces de reconocer
que a quien exigen renuncia es quien detuvo la enfermiza relación de poder del presidente municipal en el pueblo donde
desaparecieron los 43 normalistas.
Si hace tres años una política fallida de
seguridad intentó dotar de legitimidad a un gobierno fascistoide que siempre la tuvo, hoy
esa misma política de seguridad persiste debido a la inexistente reorientación
hacia una que sea verdaderamente de Estado y no de gobierno. A diferencia del
gobierno anterior, el del Presidente Peña pretende disminuir la violencia e
inseguridad con un proyecto y a través de las reformas estructurales
fundamentalmente de carácter económico para generar empleos. El planteamiento
de seguridad del Presidente Peña resulta consecuencia de los resultados de las
reformas necesarias, largamente postergadas y recientemente aprobadas; hoy este
planteamiento resulta insuficiente ante la violenta realidad que nunca se fue y
se demostró en Ayotzinapa.
Las reformas tenían que ir de la mano con
la reorientación de la política de seguridad y no ser la reorientación
consecuencia de las reformas. Cuando menos hoy eso es lo que se lee desde la
tragedia, pero será el transitar de este punto de inflexión reformista hacia el
despegue del país, lo que le terminará dando la razón al Presidente Peña o no
en materia de seguridad.
Por más personas y signos partidistas que
lleguen a la Presidencia de la República, casos como el de Ayotzinapa,
Salvarcar, Monterrey y Morelia seguirán siendo parte de la realidad mexicana a
menos que contemos con una real y efectiva coordinación entre órdenes de
gobierno, acción policiaca coordinada y eficaz, combate efectivo a estructuras
financieras del crimen organizado, una política de prevención social del delito
y persecución a la corrupción política.
Los revolucionarios progresistas que
exigen renuncias de funcionarios como solución de coyuntura, se han vuelto
subjetivamente incapaces de distinguir la destrucción de un viejo orden (que a
todas luces y hasta ahora ha sido incapaz de contar con una política de
seguridad de Estado) de su autodestrucción, puesto que al pretender que vivimos
la metaconstitucionalidad del poder presidencial en México, se ostentan como
productos y ejemplares del orden que pretenden destruir.
En un país que vive de la coyuntura es
difícil distinguir entre causas y consecuencias.
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