Este camino es uno harto conocido. Corría
el año de 1818 en la ciudad de Tixtla en el estado sureño de Guerrero en
México. En este poblado vivía un terrateniente llamado Sebastián de Viguri
quien un buen día con segura buena intención, tuvo a bien el regalar parte de
las tierras de su hacienda llamada Ayotzinapa a un grupo de campesinos sin
posesiones para que la trabajaran y que ahí también se atendiera a ancianos y
enfermos.
Con el pasar de los años y las intenciones de un Estado en construcción, las
antiguas tierras de la hacienda Ayotzinapa pasaron a manos del gobierno hasta
que en 1931, en plena escolarización y alfabetización nacional, un grupo de
profesores con buenas intenciones solicitó el uso de las tierras para crear la
Escuela Rural Normal de Ayotzinapa.
Con la buena intención de formar mejores
profesores en una época en la que la demanda por maestras y maestros estaba a
la altura de las más altas exigencias nacionales, se creó la Escuela de
Ayotzinapa en el municipio de Tixtla. Las más de las veces se dice que la
educación por sí sola es la llave que abre las puertas para el desarrollo
individual y social pero este no es el caso de Ayotzinapa como no lo es en amplias
zonas del sur de México incluyendo a la violenta zona de tierra caliente que
abarca municipios de Michoacán, Guerrero y el Estado de México.
En medio de la pobreza extrema, la
educación pasa de ser un medio a convertirse en un fin por sí misma. A veces el
acceso a una escuela normal significa la posibilidad de escapar de la
sistemática e institucionalizada pobreza que existe en muchas, muchas
comunidades de México como Ayotzinapa en Tixtla o cualquiera de los municipios
que integran la tierra caliente en México. En medio de condiciones extremas de
pobreza y un sistema educativo que lejos de incentivar el desarrollo
comunitario lo detiene, hace tiempo que la educación ha dejado de servir para
transformar condiciones materiales de vida en las comunidades, inclusive
incentiva buscar nuevas condiciones lejos de las comunidades.
El regalar terrenos para generar ingresos
que posibiliten el acceso a canastas alimentarias mínimas o para cubrir
carencias sociales como vivienda, salud y educación parece tratarse de una
situación en la que imperan las buenas intenciones; lamentablemente los
resultados distan de ser los necesarios para romper con las trampas
intergeneracionales de la pobreza que tienen sumida a un porcentaje importante
de la población en México en la miseria y la pobreza extrema desde tiempos de
la colonia.
El 16% de la población michoacana en
condiciones de pobreza extrema se concentra en la zona de tierra caliente
integrada por 17 municipios. En todos estos municipios menos en Apatzingán
(13.1%), más del 15% de la población vive en condiciones de pobreza extrema.
Caso parecido al del municipio de Tixtla en donde se encuentra Ayotzinapa,
resulta el de los municipios de la tierra caliente michoacana en donde en
promedio 75.2% de la población de estos municipios está en condiciones de
pobreza mientras que en Tixtla es el 71.2% de la población la que es pobre. Con
estos resultados y siglos de buenas intenciones es difícil afirmar que la
educación por sí misma, incluyendo a la normal, ha sido la llave para
transformar las condiciones de vida de la población en esta zona de México.
Han sobrado, sobran y estoy seguro de que
sobrarán las intenciones de gobiernos partidistas, ciudadanos, empresariales,
académicos o de cualquier índole que se quiera, para transformar la realidad de
las más de 94 mil personas que viven en condiciones de pobreza extrema en la
zona de tierra caliente michoacana o en Ayotzinapa. Esta población en
condiciones de pobreza muchas de las veces ha apostado a la escapatoria que
ofrece una plaza vitalicia en el magisterio (posible boleto de salida de la
comunidad) o a los múltiples negocios del crimen organizado en la zona,
cualquier escapatoria vale si no se tiene con qué alimentar a la familia.
Sin un programa de infraestructura serio
que conecte las alejadas poblaciones en
Michoacán o Guerrero difícilmente transformaremos la realidad bajo la cual el
Siervo de la Nación decidió esconderse en un recóndito y difícil lugar para llegar como lo fue y sigue siendo
Apatzingán o cualquiera de los municipios de la tierra caliente y la montaña
guerrerense. Sin un decidido impulso a las carreras enfocadas en las demandas
del mercado laboral local difícilmente estaremos preparando a los
profesionistas que esta zona del país requiere para el sector agropecuario del
cual por cierto Michoacán es líder a nivel nacional colocando productos en el
extranjero en países tan distantes como China y Japón. Sin un programa cultural y deportivo continuaremos
desaprovechando el potencial musical, artístico y atlético de generaciones de
jóvenes que buscan escribir historias de éxito en las cuales construyan el
mejor de los futuros posibles para sí y sus familias.
En 2012 en Michoacán existían 76
programas sociales en la entidad, número que estoy casi seguro aumentó para el
año pasado (2013). Estos programas están plagados de buenas intenciones pero
los resultados siguen siendo magros y no evitan romper con las trampas
intergeneracionales de la pobreza. ¿Por qué no vamos pensando en enfocarnos en
las pequeñas cosas que hacen exitosos a los programas sociales en medios
rurales? ¿Por qué en lugar de regalar lap tops no pensamos en dotar de
instalaciones sanitarias suficientes a las escuelas en la entidad? ¿Por qué no
vamos siendo creativos apostando por lo que nadie ha logrado en los últimos 200
años?¿Por qué no en lugar de tapar hoyos en las carreteras de la tierra
caliente no construimos una bien hecha de una vez y por todas? ¿Por qué no
apostarle a creer que otro México es posible si lo intentamos?
Sí, la violencia en Guerrero, Michoacán y
todo México no es de ayer, es institucional y sistematizada y también se llama
pobreza. Para quitar el empedrado y cambiarlo por una súper autopista de concreto
hacen falta más que buenas intenciones, hacen falta ideas, y aún más que ideas,
hace falta hacerlas realidad. Vamos haciendo.
*Los datos sobre pobreza son del CONEVAL 2010 y ya saben que están disponibles en su página coneval.gob.mx
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