
Cuando las referencias del
juego democrático para ciertos actores que pretenden detentar el poder son
distintas a las legalmente constituidas, es decir, el Estado de Derecho como
punto de referencia, nos encontramos con que las expectativas frente al orden
constitucional no son democráticas y pueden llevar a comportamientos no
democráticos, como intentar alcanzar sus objetivos por medios no democráticos
denostando el orden constitucional democrático.
Por esto no me refiero a la
realización de una férrea y miope defensa del status quo, sino a la aceptación
de las reglas del juego en el momento en el que los actores políticos inician
la lucha por detentar el poder. Sin el mínimo acuerdo sobre las reglas del
juego difícilmente las expectativas sobre el orden democrático contribuirán a
la consolidación del mismo. Sin no existe aceptación sobre el método de elección difícilmente se estará de acuerdo con el resultado.
En Brasil, las elecciones presidenciales del pasado domingo las ha ganado Dilma Rousseff por un margen ajustado de apenas tres millones de votos en un país en el que tuvieron derecho
de votar cerca de 146 millones de ciudadanos. Con el
100% de los votos escrutados, Rousseff obtuvo el 51,64% contra el 48,36% sumado
por su oponente, el liberal Aécio Nieves, del Partido de la
Socialdemocracia Brasileña (PSDB). Estos casi tres puntos son la
diferencia más corta registrada en unas elecciones presidenciales desde el
final de la dictadura en Brasil, en 1985. Estos resultados se alcanzaron durante la segunda vuelta presidencial, en donde la polarización política aumentó; hecho que se refleja en los ajustadísimos resultados.
En México se viene discutiendo la implementación de la segunda vuelta presidencial destacadamente a partir de 2006 cuando se dio el resultado más ajustado en la historia de nuestra democracia. Se aduce que la implementación de la segunda vuelta dotaría de mayor "legitimidad" al presidente electo por contar con un mayor número de votos. Este argumento fue nuevamente esgrimido después de las elecciones presidenciales de 2012 en el que se decía que el presidente electo fue elegido con mucho menos de la mitad de los votos.
Colocándonos en el escenario brasileño de alta polarización política con la segunda vuelta, que es la norma y no la excepción del mecanismo, el argumento continuaría siendo el mismo; es decir, en el que el Presidente de la República resultaría electo por la mitad de los electores mientras la otra mitad lo rechazaría.
No se trata de decir o esperar que un mecanismo es más democrático que otro o no, sino de aceptar las reglas del juego que se está jugando. Si existiera segunda vuelta al comienzo de la lucha por el poder habría que aceptarla con todo y sus resultados esperables, tal como se esperaría que pasara con los actores ante la ausencia de la segunda vuelta, como es el caso de México. Muy por el contrario, en el país se espetan una serie de vilipendios hacia los procesos electorales en México toda vez que el resultado es adverso para ciertos actores, es decir, no existen comportamientos ni expectativas democráticas en cuanto a los procesos en México tal como lo se ha demostrado en por lo menos las últimas dos elecciones presidenciales.
El candidato perdedor en Brasil, Aécio Nieves, otorga una lección sobre comportamiento democrático que abona a la consolidación del orden constitucional en su país, y que a través de sus declaraciones aceptando su derrota, puede dar una lección a más de un actor político y social en México:
“Dejo esta campaña con el sentimiento de que cumplí mi papel. He felicitado a la presidenta reelecta, le he deseado éxito y le he resaltado que la mayor de sus prioridades es ahora la de unir al país"
Una democracia consolidada en México requiere necesariamente demócratas.
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