Publicado originalmente el 14 de marzo de 2014 en el Blog del Partido Revolucionario Institucional
La máxima del secretario general de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos dada a conocer esta semana sobre su
propio país, va dirigida a la siguiente etapa del proceso transformador
iniciado en 2012 en México, pero también puede (y debe) aplicarse al PRI.
Con la XXI asamblea del año pasado del PRI, el Partido se
reformó para posibilitar la discusión abierta y plural sobre las reformas que
se plantearía en los siguientes meses. La Asamblea también redujo el tamaño del
consejo político nacional, su mayor órgano de deliberación, haciéndolo más
dinámico y eficaz. Se tomaron decisiones sustanciales como la posibilidad de
postular candidatos que no sean militantes del PRI o que inclusive sean
personas que militen en otros partidos; esto modifica los incentivos de los
aspirantes a candidatos generando mayor competencia por los puestos de elección
al interior del PRI.
Al igual que las reformas constitucionales, las reformas del
PRI suenan atractivas y generan un clima harto esperanzador tanto en términos
de desarrollo económico como de ampliación de los espacios políticos de
participación en México. El reto tanto del gobierno del Presidente Peña como de
la presidencia del Partido en el gobierno, el PRI, está en la implementación de
sus respectivas reformas.
Comprensible como es, el PRI apoya y es respaldo natural del
Presidente Peña, primer priista del país no sólo simbólico sino formando parte
de su estructura estatutaria a partir de la reforma en la asamblea. La
formación del priismo peñista, en palabras del Dr. César Camacho, es compromiso
de vida institucional y está basado en el principio de la transformación.
Al desagregar el principio de la transformación peñista
podemos observar que este consta de por lo menos dos elementos visibles tanto
en su dinámica de gobierno como de partido, a saber, el (1) reformismo y su (2)
implementación.
Resulta ser un paso difícil el del Estado eficaz a la
democracia de resultados, como también lo es, el paso del partido eficaz a la
participación incluyente; pasar de la reforma a la implementación supone trabas
y un camino sinuoso nada fácil de transitar. Si la aprobación de las reformas
resultó en ir a contracorriente moviendo lo que se suponía inamovible durante
mucho tiempo en nuestro país, su implementación representa llevar las reformas
aprobadas a la realidad social de México para dar resultados acorde a las
expectativas generadas en nuestra transición democrática.
Hoy en México, como en todo Occidente, la democracia ha
dejado de ser atractiva para un buen número de ciudadanos que no ven reflejadas
sus expectativas vertidas sobre los procesos de elección y participación. Según
la Corporación Latinobarómetro en 2013, únicamente cuatro de cada diez
mexicanos dijeron que la democracia era preferible a cualquier forma de
gobierno, siendo el porcentaje más bajo de toda la región.
Son dos los elementos que han contribuido a la desilusión
democrática en nuestro país y que pueden (y deben) ser resueltos desde el
priismo peñista:
1) La partidocracia entendida como el sistema de
cartelización de partidos políticos, ha contribuido a la falta de confianza en
la democracia. La depredación de recursos por parte de partidos políticos
coludidos responde a los incentivos electorales generados por nuestro marco
legal; que no sorprenda que los partidos más que voltear hacia la sociedad se
vean entre ellos mismos.
2) Los gobiernos de nuestra transición, más que fallidos, le
han fallado a los mexicanos, generando decepción ante las expectativas vertidas
sobre nuestros procesos políticos. La falta de resultados en democracia no
implica que la democracia no funcione al ser esta, una falsa promesa del
sistema que en promedio genera mayor estabilidad y crecimiento que las
dictaduras, hasta ahí nada más.
Asumiendo al priismo peñista como uno que apuesta a las
reformas para su implementación y dar resultados, hoy el PRI se encuentra en
deuda con la sociedad que sigue a la espera de ser sorprendida por las reformas
a sus estatutos y que por lo menos en ellos, la ciudadanía posee un abanico más
amplio de oportunidades para la participación política. La trampa perversa
generada por la partidocracia al interior del PRI es un reto cultural. Cultural
en tanto responde a inventivos institucionales de realizar tareas para la dirigencia
y no para la sociedad: hay que replantearnos para quiénes hacemos eventos y
para qué los hacemos.
Planteando condiciones desde el partido como desde el
gobierno podremos hablar de un futuro democrático en México:
1) Si las 31 áreas estratégicas del Comité Ejecutivo
Nacional suman voluntades desde ya para implementar efectivamente las reformas
a los estatutos, no sólo estarán generando más y mejores canales de
participación para los mexicanos, sino que estarán creando efectivamente el
priismo peñista para pasar del partido eficaz a la participación incluyente. Si
el priismo peñista desde el partido deja de hablarse a sí mismo y empieza a
hablarse con el ciudadano de a pie en tierra y no desde las oficinas de la
capital, estará rompiendo con los vicios culturales que replican un modelo
ineficiente de participación política que mina cada vez más el futuro de la
democracia.
2) Si el priismo peñista desde el gobierno, cumple con la
implementación de las reformas, estará entregando los resultados que esperan
las grandes mayorías en México.
El futuro empieza hoy, como lo afirmó el Presidente Peña en
el 85 aniversario del PRI. Hagamos posible el mejor de los futuros en
democracia asumiendo el reto de no sólo repetir en discurso sino implementar al
priismo peñista. No llamemos en vano a la esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario